Política sí, pero… ¿y quién pone las sillas?
Preguntaba un periodista a Gregorio Marañón acerca de cuál era, en medicina, la innovación más importante de los últimos años. La respuesta del insigne doctor no se hizo esperar: «La silla, la silla que nos permite sentarnos al lado del paciente, escucharlo y explorarlo».
Esa magnífica respuesta de Marañón, tanto por sencilla como por genial, representa una llamada al valor del tiempo y, singularmente, al valor del tiempo de escucha, del tiempo que nos permite acercarnos al padecer y al saber del otro y que nos aporta claves para aproximarnos a la respuesta correcta.
¿La innovación más importante en medicina?:
«La silla, la silla que nos permite sentarnos al lado del paciente, escucharlo y explorarlo»
Médicos y pacientes siguen reclamando hoy que las consultas en atención primaria no pueden ser de cinco minutos. «¿Qué te da tiempo a hacer en cinco minutos y qué me pides que haga yo?», expresaba un facultativo para justificar su desazón. Con más vehemencia, otro compañero se expresaba de forma rotunda: «La falta de tiempo médico es igual a muerte».
Esa perspicaz metáfora de Gregorio Marañón, esa mención a la silla como imagen de la necesidad del tiempo necesario para escuchar al otro, bien puede trasladarse a la política, actividad que como intelectual comprometido conocía bien.
Una política que hoy se halla inmersa en los mares de lo instantáneo, de la aceleración, de las redes sociales, del titular atractivo –cuando no engañoso- como cebo, de la soflama y la arenga, de la polarización que hace renegar por sistema del otro.
Una política que semeja apartada de la serena reflexión, del tiempo que necesita la razón para alimentarse, del debate sincero que nace de la premisa de que nadie puede arrogarse la posesión de la verdad.
Precisamos de la política del respeto al otro en su sentido etimológico. Del latín «re-spectus», con el significado de «volver a mirar», de no bastar con una primera mirada sino de ahondar y revisar nuestras primeras impresiones. Una política necesitada del mirar y no solo del ver, del escuchar y no solo del oír.
Pero también una política que requiere de una ciudadanía dispuesta a concederle ese tiempo de escucha, que exija y preste atención a argumentaciones serenas y atenta al discurso reflexivo, sin apresurarse a cambiar de canal. Una escucha activa que permita articular una respuesta coherente.
Si el médico decía que la falta de tiempo es igual a muerte, también una política sin sillas, sin tiempos para la escucha que preceda a la acción, pueda derivar en idéntico rumbo.
Volviendo a nuestro sabio doctor, necesitamos reivindicar, también en la política, esa silla que nos permita a todos sentarnos, escuchar, explorar. Sí, nos hacen falta sillas, pero… ¿y quién pone las sillas?
Apostilla final: Quizás resulte mucho más inquietante conocer la respuesta a esta pregunta: ¿estamos dispuestos a sentarnos?