Nacer con un Loctite bajo el brazo

«Nacer con un pan bajo el brazo», un dicho que todos hemos escuchado una y mil veces, parece que ya no tiene lugar en nuestra sociedad. El “cianocrilato”, ese pegamento instantáneo que acostumbramos a denominar a través de las marcas que lo popularizaron, «Loctite» o «SuperGlue», parece haber tomado el lugar del pan.

Los datos de los que se disponen avalan sin duda esta afirmación. Nacer con un Loctite bajo el brazo, con un pegamento que se adhiere con fuerza a la piel, resulta una condición de la que es difícil escapar. Tal fuerza tiene de adhesión que también existen usos del cianocrilato como sutura empleada en medicina.

En este caso, a lo que nos pega con fuerza ese Loctite es a la condición económica con la que nacemos. Aquellos que nazcan en familias pobres y vulnerables quedarán pegados inexorablemente a esa condición y quienes alumbren a la vida en el seno de una familia millonaria, también quedarán pegados a tal condición.

Diario de Pontevedra, 26/11/2023

Y esta regla, maldición para unos, bendición para otros, es la que se encarga de mantener e incrementar los niveles de desigualdad en nuestra sociedad. El mérito y el esfuerzo personal, tan mentado por aquellos que pretenden perpetuar esta situación, apenas sirve para romper esta norma y que así pudiera funcionar el ascenso social.

Y es la herencia la figura principal que soporta todo esto. Expertos analistas económicos nos indican que la herencia explica el 70% de los niveles de desigualdad de este país. Y no, no somos el único país donde esta situación se da, pero parece que somos de los que ponemos más escaso empeño en remediarla.

El 0,000001 de los habitantes de nuestro país posee el 20% del PIB de nuestro país. Una riqueza que incrementan año tras año y más aún en tiempos de crisis. Esto último es bien fácil de visualizar. En el último año y con riesgo cero, simplemente comprando Bonos del Tesoro u otros fondos garantizados, podrían conseguir una rentabilidad cercana al 5% del capital invertido, todo lo contrario de lo que acontece a una clase trabajadora que sufre la pérdida de poder adquisitivo de sus salarios.

Para eliminar el cianocrilato, nuestro Loctite, se emplea, entre otros productos, la acetona, pero son muchos los que se rebelan para que definamos de una vez una “acetona social” que permita que el ascensor social, aquel basado fundamentalmente en la educación, el mérito y el esfuerzo, pueda ser una realidad.

El Impuesto a las Grandes Fortunas puesto en práctica en la pasada legislatura es un instrumento que podría posibilitar un acercamiento al fin deseado. No debe extrañar que tal impuesto fuera llevado al Constitucional por el Partido Popular, en concreto por la señora Ayuso. Su argumento era que invadía competencias de las Comunidades Autónomas, pero ¿quién se puede creer que esa sea la verdadera razón?

El Tribunal Constitucional, en reciente sentencia, dejó las cosas claras y declaró la validez constitucional de ese Impuesto a las Grandes Fortunas, como impuesto complementario. En su recurso, Ayuso llegaba a afirmar que se trataba de un impuesto confiscatorio, cuestión rotundamente rebatida por el alto Tribunal. En ningún caso se confisca parte del capital, únicamente se pide una mayor contribución por las rentas generadas.

Está claro que no bastará con ese Impuesto a las Grandes Fortunas, y el aplicado también a los beneficios extraordinarios de la Banca y de las Grandes Energérticas, para acabar con “la maldición del Loctite”, pero sí podemos afirmar que van en la buena dirección. Al igual que la subida del 47% del Salario Mínimo Interprofesional alcanzada la pasada legislatura.

Cierto que no son pocos los expertos que señalan que el impuesto a las herencias supone una doble imposición, ya que lo heredado ya pagó en su día los impuestos establecidos. Pero tales argumentos no tienen en cuenta la enorme “ventaja social”. Y me refiero a esa desmedida “ventaja social” que supone heredar miles de millones. Sí, miles de millones, pensemos en lo que recibirán los herederos del dueño de Zara, cuya fortuna se cifra en más de 81.000 millones de euros.

Y no, no se trata de penalizar a aquellos que heredan un piso de sus padres o cierta cantidad económica. De hecho, quizás se deba ampliar el mínimo exento de las herencias a cantidades más razonables. Nadie debe perder un piso heredado de sus padres por no poder pagar el impuesto, ni tampoco si hablamos de cantidades razonables de capital. Se trata de que aquellos que reciben herencias millonarias, aquellos que han alcanzado muy altas cifras de beneficios, en gran parte debidos a la contribución del conjunto de la sociedad, rindan a esa sociedad, al menos, una mínima parte de su fortuna.

Finalmente, téngase en cuenta que, cuando hablamos de la condición económica debida a las grandes herencias, solo hablamos de una parte de las causas del incremento de desigualdad. También podríamos hablar de los estudios que se pueden permitir los hijos en el extranjero, de los máster de precios imposibles que pueden cursar o, permítaseme una frivolidad que no es tal, de las amistades derivadas de los estrechos círculos en los que se mueven. No nos olvidemos de los estudios que señalan que en el ascensor social, por encima del mérito y del esfuerzo, están las relaciones personales a la hora de conseguir un gran puesto de trabajo bien remunerado.

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