El «parlamonio» de Benjamin al Congreso
Walter Benjamin, filósofo alemán de origen judío y uno de los grandes intelectuales del siglo XX, fallecía en territorio español el día 26 de septiembre de 1940. Las verdaderas causas de su muerte están envueltas en el misterio. Se sabe que, con otros compañeros, huyó de Francia y llegó a Portbou (Girona), pueblo fronterizo de pescadores, y en la aduana española les impidieron el paso a nuestro país, con lo que solo quedaba el camino de regresar a Francia. Mientras descansaban en el Hotel Francia esperando que los devolvieran a territorio francés, Walter Benjamin se administró una fuerte dosis de morfina y murió dejando una nota que indica un posible suicidio. Pero la causa real de la muerte no está nada clara, hay quien culpa a los servicios secretos de la Unión Soviética en connivencia con los nazis y quien señala el certificado de la muerte firmado por el médico español que lo atendió, Pedro Gorgot, y para quien el motivo fue un derrame cerebral.
Pero en este artículo ni quiero, ni podría, realizar una semblanza del gran intelectual berlinés. Uno debe ser prudente y consciente de sus limitaciones. Doctos autores y abundante material bibliográfico hay a disposición de quienes pretendan una inmersión en la vida y obra de este gran pensador del pasado siglo.
A lo que sí quisiera referirme es al «parlamonio» y, para ello, debemos recuperar los «días de radio» de un Walter Benjamin fascinado por la repercusión de las nuevas tecnologías en la cultura, un interés que se extendía más allá de sus ensayos críticos. De 1927 a 1933 escribió y presentó alrededor de ochenta trabajos para el novedoso medio radiofónico recogidos en la libro «Walter Benjamin. Días de Radio» y en cuya contraportada podemos leer lo siguiente:
En el libro «Radio Benjamin» se reúnen las transcripciones conservadas de estos trabajos. Esta colección ecléctica muestra la variedad temática del pensamiento de Benjamin y el entusiasmo del pensador por la sensibilidad popular. Sus famosos programas de «Ilustración para niños» y sus comedias, lecturas, reseñas de libros y obras de ficción nos muestran un Benjamin más creativo que crítico. Estos trabajos dan cuerpo a ideas desarrolladas en sus ensayos, algunas de las cuales se hallan también representadas allí donde tratan de temas tan dispares como los aumentos de sueldo o historias de desastres naturales, temas elegidos por su interés para el gran público y examinados con pasión y agudeza.
Walter Benjamin canaliza aquí, de manera deliciosa e incisiva, su complejo pensamiento hacia un gran público, que sacará provecho de esta nueva voz de uno de los pensadores más respetados del siglo XX.
Una de las historias que encontramos en el libro, y que no llegó ser emitida, es la titulada «Lichtenberg. Un perfil». En esa obra se nos cuenta como los habitantes de la Luna, los selenitas disponen de un Comité Lunar para el Estudio de la Tierra que dispone de unos curiosos instrumentos para llevar a cabo su cometido: «el espectrófono, que permite oír y ver todo lo que acontece en la Tierra; un parlamonio, con el cual el habla humana, que puede resultar muy molesta a los habitantes de la Luna, acostumbrados a la música de las esferas, puede traducirse a música; y, por último, un oneiroscopio, que permite observar los sueños de los terrícolas».
Del «espectrófono» podríamos decir que ya no es ninguna novedad, entre el programa Pegasus de espionaje telefónico, los navegadores y las redes sociales, poco parece que pueda quedar oculto de nuestro quehacer diario. Acerca del «oneiroscopio», quizás convendría señalar que pocos son los sueños que en esta época de zozobra hacen alumbrar la esperanza, de hecho los selenitas concluyen que «está más que confirmado, señores, que el ser humano no es feliz», aunque luego añaden que «puede que sea su infelicidad lo que los haga avanzar».
Cosa distinta es el «parlamonio». Un aparato que, puesto por ejemplo en el Congreso, nos tradujera a música los discursos de los distintos oradores, que transformara en partituras los textos de los informativos de radio y televisión, que arengas, peroratas, alegatos, soflamas y sermones fueran interpretados simultáneamente y en directo por nuestras grandes orquestas. Sin duda el «parlamonio» sería un instrumento bien apreciado.
Tal vez el lenguaje musical nos permitiera distinguir con más precisión la honestidad, el rigor, la sinceridad y la transparencia de los mensajes. Quizás podríamos discernir con más tino lo verdadero de lo falso, el tono amable del impostado, la sensatez de la ocurrencia, lo noble de lo indigno, el sabio del charlatán. E incluso podría ocurrir que, al escuchar sus palabras transformadas en música, los distintos predicadores cambiaran sus discursos hasta hacerlos más amables y cordiales. O quizás no, quién sabe.
Dejo, como divertimento, a la fantasía de cada lector que se imaginen como creen que sonarían nuestros líderes políticos actuales o los del pasado. Cuidado!, no suban demasiado el volumen no sea que…
(Ilustración realizada a partir del cuadro «Der Radionist» de Kurt Gunther, 1927)