La pérdida de la ambigüedad: fundamentalismo, indiferencia y autenticidad versus democracia
El número de especies de plantas, de insectos, de mamíferos y las lenguas habladas son buenos ejemplos de la merma de diversidad que se está produciendo en el mundo que nos toca vivir. También la cultura es cada vez menos rica, plural y diversa, aunque, en este caso, de modo menos aparente. Con estos argumentos comienza el libro de Thomas Bauer, «La pérdida de la ambigüedad», que recupera también el concepto de «alma de masas» de Stefan Zweig, como resultado de «un impulso acrecentado a la uniformización».
Para Bauer, existe actualmente una fuerte disposición a la destrucción de la diversidad. La ambigüedad apenas se tolera y la propensión sería una tendencia a buscar una univocidad en un mundo donde evitar la ambigüedad deviene en tarea imposible. Vivir con la ambigüedad, nos guste o no, es nuestro destino como seres humanos. Dicho de otro modo, la ambigüedad nos hace humanos. Aceptar la ambigüedad, convivir con la ambigüedad nos permite entender la diversidad como enriquecimiento y no como un problema.
El fundamentalismo es la principal respuesta de la intolerancia a la ambigüedad que hoy rezuma en una gran parte de nuestra sociedad, la otra reacción sería la indiferencia. Fundamentalismo o indiferencia como respuestas que en el ámbito de la política actual son fácilmente constatables y ambas muy preocupantes de cara a la salud de todo sistema democrático.
El fundamentalismo que, señala Bauer, se sustenta en tres rasgos esenciales o conceptos fundamentales: «obsesión por la verdad, negación de la historia y aspiración a la pureza». A la indiferencia se llegaría desde la consideración de que «todas las interpretaciones valen lo mismo», con lo cual los asuntos pierden significación, en el sentido de importancia, y, de ese modo, permiten su contemplación desde esa atalaya de la indiferencia.
Bauer nos alerta de la «soberanía discursiva», de la conquista lograda con un mensaje que tiende a aparecer atractivo y, a sus partidarios, incluso progresista y acorde y necesario para los tiempos que corren. Algo que el autor indica que no se puede cambiar con medidas simples ni cortoplacistas, bien al contrario, lo que nos señala como camino a seguir es lo siguiente:
«Con todo, aún pudiera ser posible, al menos, frenar el proceso de destrucción del significado ya sea a manos de la univocación fundamentalista, ya de la indiferencia negadora de la significación. Para esto, hay que restituir primero su propio valor al arte, la religión, la ciencia, la política y la naturaleza, en vez de reducirlas a la tentadora univocidad de su valor de mercado, que las termina condenando a la completa insignificancia. Lo cual solo puede suceder si se otorga seriedad y respeto: respeto a la naturaleza, a los semejantes de procedencia, religión, inclinación y capacidad distintas, a la creatividad artística, a la aspiración científica al conocimiento y al compromiso político y social. Solo cuando estos campos sean cultivados con seriedad, podrá fructificar un mundo de diversidad significativa, un mundo en el que la ambigüedad sea sentida como enriquecimiento y no como defecto».
Esperemos que, tanto los discursos derivados del «todos son iguales» -indiferencia- como aquellos que parten del «yo soy/tengo la verdad» -fundamentalismo-, sean sustituidos por aquellos basados en el debate crítico y reflexivo y que la tolerancia a la ambigüedad devenga en una sociedad diversa, plural e inclusiva.
Un apunte final: lo AUTÉNTICO.-
No me resisto a esta nota final sobre la autenticidad. Bauer nos pone en guardia acerca del delirio sobre el concepto de lo «auténtico» que parece ser un valor en la sociedad actual. Y no sin cierta sorna nos recuerda que, cuando Donald Trump fue investido presidente de Estados Unidos, sus partidarios señalaban su «authenticity» como el motivo más importante de su decisión. Así pues, «¿No podría suceder que precisamente la aversión a soportar la equivocidad y el deseo de ser gobernado «auténticamente» contribuyese a la erosión de la democracia en Europa y en otras partes?», se pregunta el autor, que señala la Gran Bretaña del Brexit, Hungría, Polonia y el ascenso de los partidos populistas como ejemplos.
La respuesta nos la da el propio Bauer: «Ninguna democracia puede prescindir de un grado relativamente elevado de tolerancia a la ambigüedad. Las decisiones adoptadas democráticamente no pretenden ser la verdad única, sino tan solo una solución que sea probablemente la mejor, y esto tampoco para toda la eternidad, solo mientras no se adopte otra decisión».