Eutanasia: una bala en la recámara

Publicado en el Diario de Pontevedra, 29-junio-2022

Una bala en la recámara. Esta contundente afirmación de Rafa la utilizaba mi compañera María Luisa Carcedo, en el Pleno del Congreso de Diputados, en el debate final de la Ley de Eutanasia que resultaría aprobada por 202 votos a favor, 141 en contra y 2 abstenciones. Era el día 18 de marzo del año 2021 y la ley entraría en vigor el 24 de junio del mismo año.

Rafa, que en ese momento contaba con 35 años, llevaba entonces 15 años con tetraplejía y, como muchas otras personas, teme que la evolución de su enfermedad lo ponga en una situación insoportable. De ahí su sentida frase referida a la ley de eutanasia:

“Me da tranquilidad, quiero una bala en la recámara”.

Durante los debates celebrados en el Congreso hemos tenido que escuchar estoicamente frases tremendas en contra de la ley. Citaré algunos ejemplos ilustrativos. Méndez Monasterio, diputada de VOX:

“Hoy se consuma su plan de implantar la cultura del descarte y de la muerte”.

García Adanero, diputado de UPN:

“porque hay que atenderles veinticuatro horas al día y eso a la familia le cuesta mucho. La solución es quitarlo de en medio. Matarlo, vaya, matarlo, quitarlo de en medio, sí, esa es la solución”.

Caso aparte es el del Partido Popular que, a través de su portavoz, Echániz Salgado, continuó con su sempiterno y falaz argumento de confundir, con la más aviesa intención, lo que son cuidados paliativos con la ley de eutanasia. Como todos sabemos –y el señor Echániz también- los cuidados paliativos son aquellos que tienen como objetivo aliviar y acompañar a la persona que sufre una enfermedad de imposible curación, se trata de eliminar en lo posible el padecimiento, el sufrimiento y el dolor asociados a una enfermedad terminal. 

La eutanasia, si bien puede ser complementaria a los cuidados paliativos, tiene un fin distinto. No hablamos de un acompañamiento en la agonía, sino de la decisión firme de una persona, que podría seguir viviendo, en condiciones muchas veces infrahumanas, de acabar de una forma digna con su vida. En Galicia conocemos bien el caso de Ramón Sampedro, quien decía que:

«La muerte deseada para librarse del dolor es un bien».

Pero también podemos recordar las palabras de Maribel Tellaetxe, enferma de alzhéimer, que pidió a su esposo e hijos que le prometieran cumplir su deseo de morir cuando su enfermedad le hiciera perder la cabeza:

«Por favor, no dejéis que no sea yo, no dejéis que pierda mi dignidad, que viva sin saber quiénes sois».

En este año que lleva la ley de vigencia, la sociedad española cuenta por fin con un nuevo derecho que nos dignifica como sociedad y como seres humanos. Durante este tiempo se han realizado cerca de 180 procesos de eutanasia y 22 personas han donado sus órganos en un ejercicio de humanidad y generosidad.

Una ley con todas las garantías exigibles, resultado de una gran causa colectiva y que responde al impulso y al trabajo de los pacientes, sin duda los primeros en esta lucha. pero también de sus familiares, del personal sanitario y de los colectivos sociales. También, por qué no decirlo, por el empeño de aquellos que desde la política trabajamos por conseguir que ese clamor se convirtiera en un derecho tras su publicación en el BOE. 

Aunque con velocidades no uniformes en las diferentes comunidades, podemos afirmar que el nuevo marco normativo posibilita una nueva prestación en la sanidad pública que, pese a los palos en las ruedas que algunos intentan mantener, posibilita acceder al nuevo derecho que supone la regulación de la ley de eutanasia.

En la votación final, en plena pandemia y con mascarilla, no pude evitar dar un fuerte abrazo a mi compañera y exministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, por su compromiso y su firme lucha en la defensa de esta ley, en la defensa de la dignidad, la libertad y la autonomía de la voluntad de cada uno de nosotros. Finalizo con unas de las citas empleadas por ella en su intervención en el Pleno. Son las palabras del hijo de Maribel Tellaetxe:

«En este país contraer una enfermedad terminal degenerativa al parecer es delito. La condena que te imponen es un final cruel y doloroso, desprovisto de toda integridad y dignidad. Tu dolor y sufrimiento es moneda de cambio entre los que debieran legislar para mitigarlo».

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