Cultura del Acuerdo: Escuchar para que quepa el propio decir

En este proceloso tiempo político en el que nos toca vivir, hablar de la «Cultura del Acuerdo» puede resultar tan necesario cómo utópico, especialmente si sólo atendemos a las refriegas que de forma continua nos muestran los medios de comunicación. Empero, creo que es conveniente reflexionar sobre esta cuestión como una pequeña contribución a cambiar un clima político que a veces se torna asfixiante.

Empecemos por «escuchar». Del latín «auscultare«, formado a partir de «auris» (oreja) y de un segundo término -en discusión- relacionado con la raíz indoeuropea «klei-« (inclinarse), tal es la etimología de la palabra escuchar. Una forma muy gráfica -inclinar la oreja- de expresar la atención debida a nuestro interlocutor.

Ángel Gabilondo, citando a Plutarco, nos advierte que “el discurso de quienes no son capaces de escuchar ni están acostumbrados a beneficiarse del acto de oír surge en realidad vacío….se esparce bajo las nubes sin gloria y sin ser visto”. Tal vez por ello, como Manuel Cruz apunta, «el día que la gente descubra el placer de escuchar, nuestro mundo será una fiesta».

Me permitiré la yuxtaposición de dos frases de estos dos filósofos para así poder convenir que «en tiempos en los que toda escucha es poca y toda mirada insuficiente, tal vez lo que debería constituir una preocupación aún mayor, si cabe, es el miedo a la palabra del otro que este tipo de actitudes comporta».

Llegar a acuerdos requiere hablar-nos y escuchar-nos desde el disenso. Y es que, precisamente, los disensos son la argamasa con la cual se construyen los consensos. Consensos que en ningún caso pueden limitarse a la simple búsqueda de lo equidistante, del punto medio, sino que también deben perseguir la búsqueda de otra realidad.

En palabras de Gabilondo: «De hecho, el diálogo no es la sustitución de lo que uno piensa por la mera posición del otro. Exige la controversia que comporta la conversación y requiere el esfuerzo y la paciencia, también, del concepto, para generar algo distinto. Ni es mera adición, ni suma de argumentos y motivos, sino toda una elaboración, no pocas veces una auténtica creación que precisa trabajo y competencia».

Y añade: «No es un amaño, ni una renuncia a las propias convicciones, sino un modo de labrar a partir de ellas«

El filósofo alemán Immanuel Kant, en su artículo «Respuesta a la pregunta: ¿Qué es Ilustración?», señalaba que la minoría de edad es la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin la guía de otro. Pues bien, a Manuel Cruz no le duelen prendas al afirmar que tal vez «deberíamos actualizar la exhortación kantiana a que la humanidad alcance su mayoría de edad reinterpretando esta última bajo una nueva clave, en la que la palabra del otro tenga cabida«.

Y que toda palabra tenga cabida, la del otro y la nuestra propia, es condición imprescindible para que pueda fructificar una Cultura del Acuerdo tan necesaria en los tiempos que atravesamos.

Así lo expresa Ángel Gabilondo: «En una sociedad plural y diversa, con multitud de posiciones, donde se dibuja un mosaico de opciones diferentes, que paulatinamente se incrementan, la gestión de los asuntos solo es posible si se impulsa una cultura del acuerdo, que no significa la coincidencia preestablecida, sino toda una labor, una acción que supone algún desplazamiento respecto de la propia posición inicial»

Enlaces a los artículos de referencia:

Ángel Gabilondo: «Está por ver y está por oir». EL PAÍS, 30-05-2014.

Ángel Gabilondo: «Consenso y consensos». EL PAÍS, 06-06-2014.

Manuel Cruz: «Elogio de la palabra», EL PAÍS, 19-12-2019.

Manuel Cruz: «La incapacidad de escuchar». EL PAÍS, 07-07-2021.

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1 respuesta

  1. 30 agosto, 2021

    […] la Cultura del Acuerdo (ver aquí) parece estar en las antípodas de las formas de hacer política ejercidas por los grupos de la […]

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