Centros educativos: los 100 mejores no tienen astronautas
Recientemente, un medio de comunicación publicaba un documento bajo el título «Los mejores centros escolares. 100 colegios». En la portada de dicho documento, apostillaba el periódico que el objetivo de dicha publicación es «servir de guía para las familias que buscan el colegio ideal para los protagonistas del futuro de nuestro país». Había que entrar en el texto de páginas interiores para saber que el listado se refiere exclusivamente a los 100 mejores centros privados y privados-concertados de España.
El «modus operandi» de este tipo de rankings raya en lo tendencioso. Cierto que indica que los centros seleccionados en ningún caso han pagado por su inclusión o posición en el ranking, pero también lo es que señalar que dicho listado sirve «para las familias que buscan el colegio ideal» resulta de una clara determinación de apostar por un sistema educativo privado como base de la excelencia educativa. Aquellas familias que busquen «el colegio ideal» debieran, por lo tanto, matricular a sus hijas e hijos en colegios privados o privados concertados. Por cierto, en Galicia lo tendrían bien difícil, sólo un centro educativo, y privado, entre los 100 primeros.
La ecuación privada=excelencia no deja de ser un producto ideológico de quienes pretenden la total liberalización de los servicios esenciales, como la educación y la sanidad, para que sean atendidos por el libre mercado. Nichos de negocio que cada vez cuentan con el interés de grandes fondos de inversión que procuran reducir al mínimo la presencia de lo público ante unas actividades de las que creen pueden sacar rentabilidad. El resumen final de lo que realmente buscan se puede resumir con una frase que tengo empleado en varias ocasiones: «Para la privada la excelencia, para la pública la beneficencia».
La reciente pandemia nos ha dejado bien a las claras la necesidad de contar con unos servicios esenciales públicos robustos y bien dimensionados. En Sanidad este hecho ha sido evidente, pero también en Educación. Los recortes de crisis anteriores produjeron en los servicios públicos unas carencias en recursos materiales y humanos que nos han pasado factura. Pretender ahora volver a la senda de adelgazar lo público no parece que sea la decisión más adecuada por mucho que algunos lo pretendan.
Como la cuestión económica, el negocio, parece que ofende un poco al oído, no dejan de recurrir a otros argumentos, de los cuales el más recurrido es el de la libertad. Así, apostar por lo público sería atentar contra el grado de libertad, contra la libre elección por parte de la ciudadanía. En este caso habría que preguntarse si en Finlandia -país que muchas veces se pone de ejemplo en excelencia educativa-, con cerca del 90% de porcentaje de alumnado que estudia en centros públicos, su ciudadanía se siente menos libres que en España. Recordemos que nuestro país ocupa el cuarto lugar de la Unión Europea de entre los que cuentan con menor porcentaje de estudiantes en centros públicos (datos de Eurostat – UE27 – curso 2020-21).
Y no, no es cierto que la calidad de los centros públicos sea inferior a la de los centros privados o privados-concertados. El conocido informe PISA, viene recalcando en sus sucesivas ediciones que las diferencias de rendimiento entre los centros públicos y los privados y privados concertados desaparecen, o incluso es superior en los centros públicos, cuando se tiene en cuenta el impacto del Índice Social, Económico y Cultural (ISEC) del centro y de su alumnado.
Más cercano resulta fijarnos en la prueba de Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad (EBAU), donde en las referencias de las notas más altas siempre figuran los centros públicos de forma mayoritaria.
Permítanme acabar con la referencia al título de este artículo, ciertamente los 100 mejores centros no cuentan con astronautas en sus filas, tal honor corresponde al sistema educativo público. Pablo Álvarez y Sara García, que figuran en la nómina de 17 astronautas anunciada el pasado 23 de noviembre por la Agencia Espacial Europea (ESA) decían lo siguiente: «Es un orgullo comprobar que la educación pública en España es excelente» (Pablo) y «es un orgullo haber conseguido este logro viniendo de la educación pública» (Sara).