La batalla entre la necedad y la duda. ¿Cuándo pensar se convirtió en sospechoso?

Jason Roberts, premio Pulitzer por su magistral biografía «Todos los seres vivos», en la que reconstruye las vidas paralelas de Carl Linneo y Buffon, afirmaba recientemente:

Comillas
Autor de la cita

“Existe esta idea de que cuando los intelectuales dicen que algo es complicado, lo hacen para hacerse los listos, y que en realidad todo se resolvería con un poco de sentido común. Creo que la capacidad de apreciar la complejidad —de reconocer que no necesariamente lo entendemos todo— es un valor social que debemos redescubrir.”

Jason Roberts

Esa frase no es solo una defensa del pensamiento profundo; es, sobre todo, una denuncia de la tendencia actual a despreciarlo. El llamado “sentido común” se ha convertido en una herramienta retórica para deslegitimar el saber, desacreditar al experto, reducir la política a eslóganes y convertir la deliberación en una gran debilidad.

Esa continua apelación al “sentido común”, a que “basta con tener dos dedos de frente” o a que “esto se arregla con dos patadas”, resulta ya una constante en nuestra sociedad. En este reinado del simplismo, el pensamiento complejo se considera sospechoso, elitista, e incluso engañoso.

El cambio climático, según esta lógica, es un infundio y, si algo hay, lo arreglará el mercado. Las vacunas se presentan como patrañas científicas que nos inyectan “Dios sabe qué”. Los migrantes son escoria que es necesario expulsar antes de que nos expulsen ellos. Los recortes fiscales se venden como políticas redistributivas que a todos nos beneficiarán. Todo esto no responde a una realidad compleja, sino a la comodidad de asimilar creencias prefabricadas y a la necesidad de respuestas rápidas más fáciles de inocular.

Incluso las más altas instituciones, como el Tribunal Supremo de EE. UU., en ocasiones justifican decisiones polémicas, recortes de derechos, en lecturas literales de la Constitución, ignorando siglos de evolución histórica. Pensar despacio —contextualizar, dudar, matizar— parece haberse vuelto un lujo muy poco rentable: cuesta votos al político y nivel de audiencia al periodista.

Pero defender la complejidad no es arrogancia, es humildad. La humildad intelectual, esa virtud epistémica que nos obliga a escuchar, revisar nuestras certezas, y abrirnos a entender. En un mundo hiperconectado, donde los problemas son cada vez más globales y entrelazados, recuperar esa humildad puede ser un antídoto poderoso contra el simplismo.

Escuchando a héroes de la simplicidad como Trump o Abascal, no puedo menos que recordar a Baltasar Gracián y a su aforismo 209:

Comillas
Autor de la cita

“Vulgaridad es no estar contento ninguno con su suerte, aun la mayor, ni descontento de su ingenio, aunque el peor. Todo necio es persuadido, y todo persuadido, necio; y cuanto más erróneo es su dictamen, mayor su tenacidad”

Baltasar Gracián

Hoy más que nunca, necesitamos reivindicar la complejidad, el pensamiento lento, la humildad intelectual y el derecho a no saberlo todo. Frente al ruido, la duda puede ser una forma más elevada de lucidez.

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