«El público fantasma»: tambores de guerra e incremento del fascismo

Corría el año 1925 cuando Walter Lippmann publicaba su obra “The Phantom Public” (“El público fantasma”). Si hoy Lippmann se levantara de su tumba, veríamos en su cara un irónico rictus de triunfo ante el estado actual de las cosas. El mundo, sí, este mundo de algoritmos que nos trasladan las decisiones tomadas en cubículos secretos, lejos del vocerío de la gente común, no haría otra cosa que confirmar su tesis de que el gran público no es otra cosa que un público fantasma.

Diario de Pontevedra, 23/04/2025

Para Lippmann, la ciudadanía, el público, no es más que una entidad ilusoria, un auténtico “fantasma” que ni influye ni debe influir en la política. No existe la figura de una ciudadanía soberana, competente y participativa, porque la mayoría no tiene el conocimiento ni el interés necesario para implicarse en la toma de decisiones.

Basta ya de la falsedad de una democracia deliberativa. Un gobierno eficaz y eficiente precisa gestores expertos que tomen el timón y decidan por un público convertido en meros actores pasivos que reaccionan ante las medidas adoptadas, pero con nula influencia sobre ellas. El pueblo, asevera Lipmann, a nivel general, es de suyo irracional, incapaz de discernir y planificar lo bueno y lo malo para la comunidad, a través de criterios fundados.

Lippmann observaría con amplia satisfacción la deriva de una sociedad en la que oligarcas multimillonarios y tecnócratas exhiben su poder de forma pasmosa y sin ningún pudor. Una democracia de índices bursátiles, de debates falsamente fabricados y con finales definidos de antemano. Una democracia en la que los actores, el público fantasma, entra en la escena cuando todo ya ha sido escrito.

Arrinconada queda la respuesta a Lippmann que en su día le lanzó John Dewey en defensa de una democracia participativa. En su libro “The public and its problems” (“La opinión pública y sus problemas”), Dewey, filósofo y pedagogo, entiende a la ciudadanía como seres educables y capaces de intervenir racionalmente en los debates públicos a través de los cauces adecuados de comunicación y participación.

El actual escenario estadounidense sería visto por Dewey como una gran traición a su ideal de democracia deliberativa y participativa. En contraste con Lippmann que percibe a la ciudadanía como un escollo, Dewey era un firme defensor de la capacidad de los ciudadanos para educarse, organizarse y tomar decisiones informadas.

No son pocos los libros y artículos que hoy en día se publican alertando del peligro que acecha a la democracia o, incluso, anunciando su fin. Confiemos en que la hoguera de Dewey cuente con los suficientes rescoldos (movimientos ciudadanos, activistas, gente de bien, …) que permitan avivar la llama de una democracia plena y así poder desafiar el dominio de las élites y reescribir el guion de una película que no presagia un buen final, salvo para ellos.

Recordemos que Lippmann escribió su obra influenciado por los ecos de la Primera Guerra Mundial y la escalada de los movimientos fascistas. Tambores de guerra e incremento del fascismo. Algo que en toda Europa nos suena a muy actual, ¿no es así?

La socialdemocracia tiene una gran tarea por delante, no cabe una actitud pasiva de esperar a que pase la ola. Pero no olvidemos que la defensa de la democracia, evitar que acabe convertida en un falso ritual, es tarea de todas y todos.

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