Del incendio al check-in: viaje al corazón del cinismo

En Galicia, el fuego no solo devora bosques. También consume la paciencia de los viajeros, la dignidad del transporte público y la decencia de quienes ven en la desgracia ajena una oportunidad de negocio. Mientras los montes de Ourense arden entre A Mezquita y A Gudiña, el tren se detiene, el humo se instala en las estaciones vacías, y los pasajeros miran al cielo buscando una salida. La encuentran, sí, pero a más de 400 euros.

«La tragedia cotiza al alza. El dolor tiene precio. Y mientras Galicia se quema, alguien sonríe frente a una pantalla.»
Todos pudimos leer en la prensa como el trayecto entre Madrid y Santiago de Compostela, que apenas un día antes costaba poco más de 100 euros, llegó a superar los 400. Cuatro veces más. Cuatro veces el precio, cuatro veces la indignación.
Montes que arden como si el mismísimo Belcebú hubiera decidido hacer turismo rural en agosto. El mes en que los cuerpos sudan, los trenes se evaporan y los precios de los vuelos se disparan como cohetes de la NASA rumbo a la estratosfera del capitalismo salvaje.

Las aerolíneas, que deberían actuar como servicio complementario en momentos de emergencia, han optado por la especulación. No hay filtros, ni controles, ni topes tarifarios. Solo algoritmos que huelen el miedo y lo convierten en margen de beneficio. El viajero que necesita volver a casa, ver a un familiar, o simplemente continuar con sus planes, se ve atrapado entre el humo y la factura.
Una historia que, por desgracia, no es nueva. Ya la vivimos en la pandemia, cuando las mascarillas se vendían como si fueran joyas, y los contratos públicos se firmaban en callejones controlados por la mafia. El miedo era entonces el producto estrella, y los especuladores, sus distribuidores. Hoy, el fuego ha tomado el relevo. Y el mercado —¡cómo no! — siempre atento, ha respondido con su lógica implacable.
La tragedia cotiza al alza. El dolor tiene precio. Y mientras Galicia se quema, alguien sonríe frente a una pantalla, viendo cómo las reservas suben y el gráfico se tiñe de verde.
No hay héroes en esta historia de villanos. Solo pasajeros que cruzan el infierno, mientras el cielo se llena de ceniza y los precios de aire. Y en esa hoguera de las vanidades, arde la esperanza de que, alguna vez, el mercado pudiera tener alma. Un mercado que hoy nos ofrece su sonrisa de check-in digital y su algoritmo de precios oliendo a pólvora.